El pulpo como hace 130 años

Hay restaurantes que a simple vista pueden parecer sencillos, pero se construyen a base de buenas materias primas y, sobre todo, con profesionales honrados que tienen claras sus ideas, sus planteamientos y a dónde quieren llegar con sus platos. Vamos, que su secreto es, simplemente, la sencillez, la honestidad y la satisfacción de saber que se hace un trabajo bien hecho.

Ésta es la fórmula que ha mantenido vivo durante más de 130 años al restaurante santiagués Los Sobrinos del Padre. ¿Les suena? Seguro que sí, porque su nombre no es indiferente. Juan Antonio Mesejo, el dueño de este establecimiento ubicado San Miguel dos Agros, explica el origen de esta denominación.

«El nombre viene porque el que abrió el negocio, hace más de cien años, fue un cura, el padre Benito, que le dejó el establecimiento a sus sobrinos».

Desde entonces en esta casa se cocinaron miles y miles de pulpos. «Somos uno de los más antiguos de Compostela», asegura sin faltarle razón Juan Antonio. «Antes, como no había hielo ni neveras, el pulpo se salaba como el bacalao y se colgaba en el almacén para que curase», explica.

Él es natural de Val do Dubra, igual que su mujer, Carmen L­odeiro, pero llegó a Compostela a los trece años y a los 22 consiguió el traspaso y luego la propiedad del local. De aquella época recuerda que el Ensanche todavía no existía: «Había sólo un par de casas en Rapa da Folla…» Las calles del casco histórico, sin embargo, «estaban igual que ahora. Lo único que ha cambiado es que antes había muchísimos curas, que se paseaban en sotana».

Por las tardes, Juan Antonio se desplaza a las lonjas más famosas de Galicia (Ribeira, Malpica, Bueu, Aguiño…) para comprar la mejor mercancía. Luego, no hay secretos. Su plato estrella es el pulpo á feira: se cuece hasta que esté en su punto y se sirve «como siempre se ha hecho». Es decir, «en un plato de madera, con su aceite de oliva, su sal gruesa y su pimienta picante». Es sencillo, pero debe ser complicado porque cada vez quedan menos lugares tradicionales y de buen comer como éste.

Entre sus clientes se cuentan catedráticos universitarios que ya eran asiduos de estudiantes, empresarios de renombre, periodistas y muchos turistas que se divierten sacándole fotos cuando Juan Antonio hace las cuentas en el mostrador de mármol con un lápiz. «Tengo la registradora con ordenador, pero me gusta más así. Los turistas no dejan de hacerme fotos por ello».

Fuente: El Correo Gallego.

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