Bach en Compostela
No deja de resultar enigmática la presencia en el catálogo bachiano de una obra compuesta en diferentes etapas de su existencia y sin un destino final conocido. Cierto que en 1733 Bach envió Kyrie y Gloria a Augusto III, elector de Sajonia y rey de Polonia, quien por obtener el trono polaco se había convertido al catolicismo. Dresde, la capital de su Estado, admitía los dos cultos y el elector mantenía una doble capilla, por lo que los dos números de la misa luterana bien pudieron servir indistintamente para protestantes y romanos. Pero no terminan de estar claras las razones por las cuales Bach se empeñó en cerrar los números de la misa católica en los últimos años de su vida (el Sanctus había sido escrito previamente, en 1724), recurriendo para Osanna, Benedictus, Agnus Dei y Dona nobis pacem al procedimiento de la parodia, esto es, el empleo de música usada ya en otras obras, y completando con el colosal Symbolum Nicenum una de sus más monumentales y admiradas creaciones.
Marc Minkowski se suma a la corriente de interpretación camerística de la obra que abrieran las tesis de Joshua Rifkin y luego siguieran otros muchos intérpretes, empleando un coro de cinco solistas que es doblado por otras cinco voces en algunos números. Estas diez voces se reparten las arias y los dúos, de forma que sólo la soprano Lucy Crowe y el contratenor Terry Wey repiten actuación como solistas. El equipo instrumental, 26 miembros (cuerda: 4/4/2/2/1), está en justa correspondencia con el coro y el espíritu de la interpretación, destacando el empleo del clave como continuo en algunos números, como en el Quoniam, lo que, según opinión de Minkowski ayuda a la «distinción de timbres y la clarificación de la polifonía».
Minkowski no revoluciona ni mucho menos la interpretación de una obra tantas veces analizada y grabada, pero, gran haendeliano, el director francés no desaprovecha ocasión para enfatizar el carácter dramático de este impresionante cuadro sacro, especialmente allí donde la retórica bachiana permite seguir una línea musical casi narrativa, como en la sucesión de números corales del Credo, que es marcada por contrastes de gran efecto expresivo, si bien la culminación emotiva de la obra se hace descansar en el Agnus Dei casi de ultratumba que canta la deslumbrante Nathalie Stutzmann. En el resto del elenco abundan los jóvenes, y entre ellos una soprano de la que pronto se hablará mucho, la rusa de 19 años Julia Lezhneva.